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Clásico

Seve o la bondad

En la despedida, un abrazo fuerte con dolor de corazón, que dicen que el duelo es eso, la evidencia de que te has hecho querer tanto, tanto. Y brindaremos por ti cada 24 de septiembre

Seve o la bondad
El río Torío en un fragmento de un óleo del pintor leonés. | SEVE TRAPIELLO
Susana Martín
Susana Martín
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Carmen Posadas contaba que solía elegir sus parejas "por su belleza" (de muy joven) o "por su inteligencia" (cuando fue un poco más mayor), pero que hace tiempo que ya sólo se fija en un detalle en cuestión de hombres o amores varios: "la bondad". Qué razón tiene la escritora, no hace falta acompañarse de más equipaje en la vida que de gente buena, sean pareja, familia o amigos.

Entre las personas más bondadosas que he tenido la suerte de conocer, una es sin duda Seve. Un hombre bueno, un artista menudín, dulce, cariñoso, humilde y discreto, un tipo maravilloso que se ha entregado sobre todo a dos tareas, la de la pintura y la de ayudar a quien pudiera, tareas que vienen a ser lo mismo: ambas generan felicidad y bienestar allá por donde las reparta.

Seve se va, y la idea de su ausencia desgarra. Poco ruido ha hecho en vida y poca guerra pretende dar en su despedida. La enfermedad cabrona se lo lleva. Impresiona y estremece ver que quiere irse como ha vivido estas siete décadas: con una sonrisa sincera, siempre al fondo, queriendo pasar desapercibido y arropando a los suyos. Con sus ojillos bondadosos, con la mano tendida, la puerta de casa abierta y la palabra gracias repartida a destajo.

Ha sido un privilegio verle pintar, cantar, sonreír, querer, hablar bajito, brindar con cervezas y whiskies, repartir tequilas de su querido México y exprimir la vida, por eso duele tanto aceptar que se apaga Seve despacito.

Tanto ha iluminado este pequeño gran hombre rizosín lienzos y vidas, que no hay manera de aceptar que tenga dolores ni sufra, y menudo ejemplo imposible que pueda mantener la calma y tanta dignidad y hasta consolar a los que pringan el moco a escondidas.

Seve se va, y no hay quien asuma un adiós para siempre a quien se está yendo en paz y con la elegancia que ha venido siempre.

Seve se va, y aún no sabemos cómo imaginar un mundo sin los cielos y paisajes de sus óleos, sin la delicadeza y sencillez de sus bellísimas acuarelas, sin el refugio de su voz, su cariño sincero y su bonhomía.

Seve se va, y echaremos siempre de menos a -como dice Pedro- "el mejor de la contrata", el que vive como es, sin artificios ni chorradas ni maldades. Al hermano que escucha a todos y tiene siempre un aliento amable. Al padrino que reparte puros y carcajadas. Al paciente favorito. Al tío más enrollado y más niñero. Al que siempre está, al que une.

Él, que siempre estaba, estará siempre entre nosotros, su huella será imborrable mientras vivamos. Cuando miremos sus lienzos, cuando ojeemos las fotos, cuando repasemos recuerdos o sonriamos al trinchar un cochinillo, ahí estarán la calma de Seve y su dulzura.

Seve se va, pero se queda por todas partes: en casa, acurrucado a Rosario; en su estudio, pintando y escuchando musiquita suave; descorchando burbujas antes de la cena; horneando hogazas y jamones; echando chupitos y repasando recuerdos familiares con Pedro; acariciando a los bebés y niños de la familia y preparando piñatas en los cumpleaños; haciendo sonreír a hermanos y sobrinos con su alegría, más escuchando y arropando que contando.

Seve se va, y ahora habrá que llorar su ausencia, darle las gracias y aferrarse a su recuerdo. Que no sufra más, que nada le duela.

Gracias, Seve, gracias por tanto. Gracias por tu bondad y tu saber estar. Contigo sí. Te abrazamos fuerte con dolor de corazón, que dicen que el duelo es eso, la evidencia de que te has hecho querer tanto, tanto, que sonreiremos brindando por ti cada 24 de septiembre. 

Seve Trapiello se va, Seve Trapiello se queda.