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La noche del Jueves Santo tiene nombre y apellido: Genaro Blanco

El Entierro de Genarín se celebró con normalidad después de tres años sin poder realizarse a causa de la pandemia

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La noche del Jueves Santo tiene nombre y apellido: Genaro Blanco
Entierro de Genarín celebrado este Jueves Santo en León | Foto: EFE
José  Martín Manjón
José Martín Manjón
Lectura estimada: 3 min.

Más de un centenar de personas empezaban a escuchar la dulzaina a las 23:55. Un inicio algo inusual, esta año el camión que traía a los pasos descargaba en Puerta Moneda. El recorrido había cambiado después de tres años sin Genaro Blanco en las calles de León, pero por fin la Cofradía de Nuestro Padre Genarín podía procesionar.

A las 00:00 sonaba la música, dos dulzainas un bombo y un tambor, Genarín había llegado a León y la ciudad le recibía a grito de "Viva Genaro" y "Coca-Cola asesina, el orujo al poder". Los cofrades ya esperaban al pellejero que como buen pícaro llegaba tarde a su encuentro. Los minutos se hacían eternos cada vez más gente ocupaba Puerta Moneda. 

La música estaba cada vez más presente y la noche comenzaba a oler a Orujo. Las puertas del camión se abrían, los primeros en bajar serían los cuatro evangelistas, Francisco Pérez Herrero, Luis Rico, Nicolás Pérez "Porreto" y Eulogio "el gafas". Le seguiría 'La Cuba' 'La Muerte', 'La Moncha' y justo detrás llegaría Genaro Blanco, que como siempre llegaba a su cita con una botella de orujo. 

La procesión llegaba a su primera parada, la plaza del Grano, una de las plazas en las que se podía ver al pellejero, más concetramente en la calle Apalpacoños, donde antaño se juntaba con Moncha y la cantina del tío Perrito, "dónde Genaro pasaba las obras muertas entre orujín y orujín". 

Como si de un partido de la Cultural se tratase Genaro fue recibido con bengalas y canticos más caracteristicos del mundo del fútbol que el de la poesía. Una vez asentados en la plaza del Grano se llevó a cabo la lectura de los dos poemas premiados en el XI Certamen Genariano de Versos Burlescos. 

El jueves santo había recibido a tanta gente en León que las calles del casco histórico parecían latas de sardinas y la Plaza de San Martín, lugar donde se encuentra la sede de la Cofradía no daba a basto. Sin embargo, como Moisés con el mar Rojo, Genarín iba abriendose paso por las calles que algún día le vieron crecer. 

El sonar de la dulzaina amansaba a las duras presas del orujo que ya yacían en las calles del Barrio Húmedo. El entierro se convertiría entonces en una especie de rebaño, la gente seguía al pequeño borrachín aunque no supiese muy bien a donde, estaban disfrutando de la noche más pagana del año en León. 

Llegaba la segunda parada, la plaza de la Regla, a los pies de la Catedral toda la marea orujera paraba para escuchar los versos de los evangelistas, como los versos sobre la Pulchra Leonina de Francisco Pérez Herrero o versos como "Calle de los 30 pasos, ni uno menos ni uno más", que no se habían podido leer en la calle de la Sal debido a la aglomeración formada. 

Una parada que se aprovecho para volver a inundar el cielo leonés con vitoreos orujeros que hacían homenaje al santo pellejero. Los pasos retomaban su camino, quedaba menos de la mitad del mismo y la gente ya se preguntaba a dónde iban si los cubos estaban cerrados. Este año el destino final sería el Archivo Provincial. 

Allí llegaron centenares de personas que habían seguido a Genaro desde Puerta Moneda, la noche acabo con versos como "Carretera de los Cubos" y los versos de un poeta zamorano leonés que repitió junto a los allí persentes los versos que cerrarían el Entierro de Genaro Blanco Blanco, pícaro, borracho y putero. 

Debido a las obras en la carretera de los cubos el hermano 'Colgador' no pudo subir las ofrendas a la hornacina del tercer cubo de la muralla de la ciudad. Aunque el entierro había llegado a su fin las dulzainas siguieron sonando y la gente sigió bailando a su ritmo, los Cofrades invitaron a los allí presentes a beber una última copina de orujo mientras todos coeraban al unísono: 

Y, siguiendo sus costumbres,

que nunca fueron un lujo,

bebamos en su memoria

una copina de orujo.

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