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"En todo momento pensé que Raquel nunca me iba a señalar. Que se recuperaría, volvería a casa y se acabó..."

"Esto no es una película", advirtió el juez Hernáiz a un letrado que vino desde Madrid para defender a los dos hijos de Pedro Muñoz. Tramaron una operación para no indemnizar a la víctima si lo condenaban y ahora intentan 'cargar el muerto' a un notario fallecido

"En todo momento pensé que Raquel nunca me iba a señalar. Que se recuperaría, volvería a casa y se acabó..."
Pedro Muñoz y sus dos hijos, esta semana en el banquillo de los acusados. | SM
Susana Martín
Susana Martín
Lectura estimada: 6 min.
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Para empezar, habría que interpelar al juez que sentó en el banquillo de los acusados a un padre y dos hijos acusados de un alzamiento de bienes que parece de libro. Esta semana, en el juicio a Pedro Muñoz e hijos por descapitalizarse para que el patriarca no pudiera cómo pagar a Raquel Díaz si resultaba condenado, su señoría Óscar Hernáiz advirtió a un letrado que "esto no es una película". Que me perdone el juez, pero bien lo parece. Una película de miedo con todos los ingredientes para aterrar a cualquiera con un mínimo de humanidad.

Las plataformas están que ya no saben cómo ordenar tanta trama. A las productoras se les salen los ojos cada vez que van conociendo cómo avanza la cosa. Por su crudeza, cuesta creerse todo lo que rodea al caso Pedro Muñoz, y cuesta aún más explicar cómo es posible que un tipo así consiguiera tramar toda una red clientelar capaz de tapar tantísimas capas. No parece posible que pudiera, pero parece que -durante varios años- lo consiguió.

Ahora todos silban mirando a otro lado, pero sin tantos no lo habría logrado. "Voy a ir a por todos", advierte Raquel, pero hasta ella sabe que no caerán todos, porque apenas hay un puñado de personas dispuestas a cantar. Hay un coro pequeño, aunque el suficiente como para que la música siga sonando.

La víctima principal de toda esta telaraña (aunque hay más colaterales) es Raquel Díaz. Una abogada a la que se daba por muerta pero que un día apretó la mano a su hija, abrió un ojo y el otro, esbozó media sonrisa y soltó una especie de gruñido. Nadie recuerda qué fue lo primero que balbuceó, nadie pensó que volvería a hablar, ni mucho menos a contar por qué llevaba tantas semanas al borde de la muerte. De aquella, todos creían aún que, en el hipotético caso de que sobreviviera, quedaría tetrapléjica y.. "muda". Quién iba a creerla, siquiera a escucharla.

Hubo milagro. Hasta movió el tren superior. "Sólo parapléjica". Contra todo pronóstico, ocurrió lo que paradójicamente tanto había suplicado delante de otros Pedro Muñoz: "yo sólo pido que se recupere y cuente lo que ocurrió", lagrimeó en el juzgado. "Ojalá despierte pronto y pueda declarar por qué está así", escenificó en la cárcel ante unos funcionarios de prisiones entre conmovidos y entregados al papelón de compungido esposo. "Muchos le creímos", lamenta uno de ellos ahora.Acertaron los que dicen que hay que tener mucho cuidado con lo que se desea, por si se cumple. En el hipotético caso de que él lo hubiera deseado tanto como escenificó, podría decirse que tuvo suerte. Si lo pidió de boquilla, pensando que si Raquel despertaba jamás podría ofrecer un relato coherente de la macabra tarde de aquel 27 de mayo, el deseo vino cumplido y con un extra de milagro. 

Raquel abrió los ojos, se comunicó mediante pictogramas, contó (de aquella manera) que tenía mucho miedo. Con pequeños gestos, con ojos velados de terror, Raquel pidió por favor no ver a su marido. ¿Tienes miedo? Sí. ¿A un hombre? Sí. ¿A tu marido? Sí. ¿Te hizo algo él? Sí. Y luego, cuando algún tipo de suerte se confabuló para que ella siguiera recuperándose, para que empezara a hablar, para que su relato fuera hilándose, como tejiendo recuerdos, fue Raquel la que pidió declarar ante un juez.

No hay datos de cuántos se mearon encima cuando se supo en Ponferrada que Raquel Díaz se estaba recuperando. Que hablaba, que iba a declarar. Hubo hasta quienes se encargaron de lanzar el bulo de que había muerto. Quizá los mismos que, cuando en octubre fue al juzgado, y luego a la casa de los horrores a una reconstrucción de los hechos (hay que tener mucho valor, qué mujer), fueron contando por el Bierzo que pobrecita Raquel, que daba pena verla, que había perdido la cabeza. 

Es impactante ver lo mal que estaba entonces. Hasta ella se quedó sin palabras cuando, tiempo después, vio esos vídeos. Puede que algunos se relajaran al ver lo maltrecha que estaba la pobrecita, pero debió de haber un serio riesgo de que se agotaran los dodotis para adultos en toda la comarca berciana cuando en 2023 Raquel dio su primera entrevista. Tres páginas que se publicaron el domingo 2 de abril en el ABC y que hicieron enmudecer a un número indeterminado (bastante abundante) de seres indeseables. "Pero... ¿ella habla? ¿Habrá contado ella todos esos detalles?". Quién si no.

Un año antes, en junio del 22, otro reportaje dominical en un suplemento de investigación de un periódico nacional, El Mundo, ya hacía presagiar que la impunidad se iba a acabar. "El juicio lo tengo controlado, sólo me preocupan los medios que no puedo controlar", espetó Muñoz a un abogado cuando, recién salido de la cárcel, se desayunó con dos páginas a todo color y en un medio que consideraba amigo. A la izquierda, Raquel subida en moto en la finca de Toreno: delgadita, preciosa, sonriente. A la derecha, ella con la mirada perdida, la cabeza rapada y atada a una silla de ruedas en el Hospital de Tetrapléjicos de Toledo.  

Pero en 2023, cuando aún no había ni fecha para el juicio, Raquel fue recuperándose. Hiló recuerdos, se cabreó al estudiar el sumario, perdió la confianza en su abogado y "tomó las riendas" de tanto despropósito durante su "ausencia". 

En diciembre llegó el juicio. En enero de 2024, la condena a Pedro Muñoz, que ya advirtió que, pasara lo que pasara, defendería su inocencia "hasta llegar al Supremo". De momento, el TSJCyL tiene la penúltima palabra: el 18 de junio fallará sobre los recursos y determinará si el delito principal por el que se condene al agresor de Raquel es asesinato en grado de tentativa, como pide ella, o "lesiones agravadas", como dictó la Audiencia de León, en cuya sentencia se recoge literalmente que "intentó matarla pero se arrepintió" porque llamó al 112 (después de tirarla desde la terraza y apalearla salvajemente. 

Decidan lo que decidan en Burgos, Muñoz firmará un último recurso, el de casación. No se va a privar de quemar todos los cartuchos posibles porque ya no tiene nada que perder, salvo retrasar hasta la firmeza de la sentencia el pago de la indemnización a Raquel: Un millón y medio de euros que en ningún caso abonará a esta mujer absolutamente desamparada y "abandonada" por todos, como contaba ella misma hace unos días.

En el juicio de esta semana a Muñoz y sus hijos para eludir el pago de la responsabilidad civil si resultaba condenado, como así fue, el expolítico se mostró algo más comedido que de costumbre, aunque siguió insistiendo en su "total inocencia". Sus actos han implicado esta vez a sus propios hijos, que palidecieron cuando el abogado de Raquel solicitó para los tres una condena de tres años y medio de prisión. Les resultó fácil señalar a un notario fallecido como posible urdidor de la trama (sic) e insistir en que ellos "no saben de leyes", como si la supuesta ignorancia eximiera a alguien de pagar por la comisión de un flagrante delito.

"En todo momento pensé que Raquel nunca me iba a señalar. Pensé que se recuperaría, volvería a casa y se acabó", llegó a decir Muñoz. "No sé dónde habríamos vivido después, la idea era estar en Toreno", siguió fabulando. Y más: "Yo estaba en shock, mi situación económica no era buena (72.000 euros de ingresos en el año anterior a la agresión, 2019), necesitaba liquidez, soy un jubilado (con una pensión de 2.321 euros). 

Causa estupefacción escuchar las excusas peregrinas de Muñoz y sus dos hijos en el juicio por alzamiento de bienes, un presunto delito que cometieron estando el padre en la cárcel ya y apenas unos días después del 27 de mayo de 2020, mientras Raquel se debatía entre la vida y la muerte.

Y más estupefacción aún escuchar a la propia Raquel compadecerse de que la hija de su agresor pueda ser condenada. "Me parte el alma que Ruth, que es madre de cuatro niños, pueda llegar a ingresar en prisión...".

Y entre tanta suciedad en esta película de caciques, distraídos y cobardes, al menos dos rayos de luz. Se puede seguir creyendo en la humanidad viendo cómo actuaron Raquel Largo, esa funcionaria del Registro gracias a la cual se abortó la operación fraudulenta (hasta denunció los hechos en la Fiscalía, que por alguna razón no hizo nada); o Sandra García, la fiscal que en la instrucción y en la vista oral no se cansó de destapar las desvergüenzas de los investigados con datos, datos y más datos, a pesar de las impertinencias y vaguedades de los tres Muñoz.