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Por Andrés Miguel

De vuelta a la Bretaña


Henry D. Thoreau, filósofo y naturalista americano del S. XIX, escribió: "Nada hace el mundo más espacioso que tener amigos a grandes distancias. Ellos son los que hacen las latitudes y las longitudes. (Rien ne rend le monde plus vaste que d'avoir des amis à de grandes distances. Ce sont ceux qui font les latitudes et les longitudes)". Viniendo de alguien que en los postreros años de su vida se convirtió en agrimensor, la frase no puede ser más reveladora.

Creo que ya he contado esto en alguna ocasión.

Hace muchos años, un visionario alcalde de Pedrajas tuvo la idea de hermanar nuestro pueblo con una localidad de la Bretaña francesa de similar población a la nuestra que, en el ámbito de la Unión Europea, buscara también relacionarse con algún municipio español a fin de ampliar sus horizontes, su cultura, sus relaciones interpersonales y sus experiencias.

El tiempo ha ido afianzando lazos comunes y, además de haber surgido, entre ambos, algún matrimonio, podría asegurar que se han tejido verdaderas relaciones de familia entre muchos de nosotros, pese a la distancia, pese a la falta de un continuo contacto, pese a las adversidades del idioma o de las costumbres, pese a la facilidad con que las personas del siglo XXI se olvidan de los demás de tanto dirigir el foco de las oportunidades y las circunstancias a sus exclusivos intereses.

En breve volveremos a tierras bretonas y disfrutaremos de unos días de plena convivencia, de sentimientos a flor de piel, de actividades comunes, de diversión, de tiempo para la cultura y para la celebración de actos institucionales. Nos esperan hermanos, no desconocidos, ilusionados de vernos de nuevo, de saber de nuestras vidas y nuestros trabajos, ansiosos por conocer si nuestras inquietudes se ven cumplidas en el día a día y si nuestros objetivos se cumplen, si la salud nos acompaña, deseosos de ayudar, ávidos por hacer de nuestra estancia allí la más grata de las experiencias.

Nos separan 1.150 kms. desde Pedrajas. Metidos en un bus, doce horas de trayecto. Para un tipo como yo, gordo y de estatura media, un verdadero suplicio. Cuando trato de levantarme del asiento, escucho ruidos en mis huesos que nada tienen que envidiar a la mejor actuación de Mayumana. El crujir de mis rodillas suena como una vieja carraca de madera y mi espalda no recupera su rectitud en varios días. Y, aún así, no recuerdo un día en el año en que no quisiera embarcarme a bordo de ese martirio con ruedas para llegar a Saint Nolff.

Es curiosa mi experiencia familiar. Ni mi esposa ni yo hablamos francés, nuestra familia allí no habla español, de modo que nos comunicamos en inglés... bueno, yo en mi paupérrimo inglés y todos en una mezcla de inglés, francés, español, lengua de signos y, si es necesario, haciendo uso de cualquier herramienta aprovechable para trasladar ideas o sentimientos. Te diré que no tengo la más mínima sensación de haberme perdido nunca algo. Nos hemos conocido con notable certeza. Nada ha quedado en la superficie. Incluso nuestros hijos se conocen y se admiran. Cuando estamos juntos construimos futuros recuerdos.

La pandemia ha alejado, durante un tiempo, Pedrajas y Saint Nolff.

Hace unos años disfruté de días muy felices allí, con mi mujer, mis hijos y nuestros amigos Beatrice y Jean-Claude. Cuento hacia atrás, como hacen en la NASA, los días que restan para encontrarme de nuevo con ellos. Mi familia francesa. Ellos hacen las latitudes y las longitudes de nuestro mundo como, espero, nosotros hacemos las suyas cuando vienen.