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Por Andrés Miguel

Decir adiós


Dicen los psicólogos, a quienes he de suponer conocimiento en la materia, que saber decir adiós es uno de los retos más difíciles a los que las personas hemos de enfrentarnos de cuando en cuando y que, por nuestro propio bien, más nos valdría estar preparados.

 

Hoy en día los acontecimientos se suceden a tal celeridad que, las más de las veces, no somos conscientes de que le decimos adiós a muchas cosas casi a cada instante, si bien son cuestiones quizás menores, cuya pérdida es más llevadera, menos tangible; de hecho, si lo pensamos bien, decimos adiós a nuestra intimidad, a nuestra información personal, al secreto de nuestros movimientos, cada vez que aceptamos, sin leerlas,  las condiciones de cualquier App en el móvil… No diría yo que son cosa menor, mas no nos parecen importantes. Lo que subyace en esta actitud nuestra no es sino el no tener verdadera consciencia de la realidad en la que nos hallamos inmersos.

 

Decir adiós, con verdadero conocimiento, acaso no sea otra cosa que tomar consciencia de una cierta realidad, cualquiera que sea, y decidir, “conscientemente”, abandonarla.

 

Pondré el ejemplo de algunas de esas realidades sobre las que las personas tomamos, a veces, consciencia y, otras veces, decisiones:

 

Están a la orden del día las rupturas en las más que diversas relaciones de pareja hoy existentes. ¿Cuántas, cada día, resuelven decirse finalmente un “adiós” y ya no otro “buenos días”? No entro en las razones, no me interesan, sino en la despedida, en el adiós, a veces dilatado en el tiempo a causa de la indecisión de unos o la  iniciativa de otros, en el adiós finalmente decidido tras tomar consciencia del ocaso de las razones y las emociones que, tiempo atrás, originaron una aventura en común. No sé si uno está de algún modo preparado para esto.

 

La pandemia se ha llevado a familiares y amigos definitiva y abruptamente. Les hemos dicho adiós de una forma mecánica, casi impersonal, deshumanizada. No hemos podido acompañarlos, no se nos ha permitido recordarles al oído que somos herederos de su paso por la vida, que siempre estarán con nosotros, no hemos podido, casi, ni rezar por ellos. Nos ha resultado un adiós desgarrador, atenazados por el miedo y la imposibilidad, sin asideros psicológicos a los que trabarnos, sin el apoyo de nuestra gente, presta a una palabra de ánimo o a un gesto de cariño. Tampoco para este tipo de despedida estábamos los humanos preparados

 

Por otro lado, no es raro que digamos adiós a lugares, a amistades, a trabajos….

 

 Tiempo atrás llegué a hacer cuatro mudanzas en ocho años y medio. Cada una de ellas entrañó una despedida para la que no estaba verdaderamente prevenido. No digo con ello que las tomase como una carga, aunque dolieran, pero todo cuanto hube de dejar atrás, vivienda, amigos, trabajo… dejó huella en mí, de modo que aún intento corresponder a ella con mis actos, mantener viva la llama de esas amistades, volver a los buenos recuerdos de esas fechas, contarles a mis hijos que parte de lo que son surgió entonces, que son lo que son debido (también) a los lugares por los que han pasado y a los que tuvieron que decir adiós, aún de forma inconsciente.

 

Diría, lo repito de nuevo, que decir adiós supone tomar consciencia de la realidad y, a lo sumo, asentirla, sin alargar de forma insana la aceptación de la misma haciéndose preguntas que no tienen respuesta, obsesionándose con escenarios que no van a cambiar, generando en nuestro interior torbellinos de dudas, de falsas expectativas, de incredulidades y desmoralización, de pesadumbre.

 

Acaso un adiós nos predisponga en el futuro a afrontar nuevos retos en nuestra vida con otra fuerza y mayor conocimiento; quizás, no estoy seguro, me resulta imposible saberlo. El mundo está en permanente movimiento, su verdadero estado es el cambio, nada permanece salvo el cambio.

 

¿Estaremos en algún momento verdaderamente preparados para decir adiós a algo toda vez que las cosas mutan a cada segundo? Parece difícil. Acaso parte de nuestro crecimiento personal se base en aceptar que la vida fluye en constante cambio y eso nos prepare para las adversidades que hallaremos por el camino, para las despedidas que habremos de afrontar. 

 

Por suerte (o por desgracia) queda mucho que entrenar. No faltarán ocasiones.

 

En este campo de juego que es la vida, la práctica lo es todo. Aún doloridos, practiquemos.