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Clásico

Misión sostenible

Por María Teresa Pérez Martín

El mayor tesoro de los mares


Cuántos de nosotros hemos soñado alguna vez con encontrar un tesoro y más aún si encierra alguna leyenda. Baúles repletos de joyas y de piezas de oro esperando en el fondo del mar. Al estilo de las toneladas de monedas de oro y plata encontradas en el 2012, por el Odyssey en el Océano Atlántico. Pues bien, este hallazgo, que se valoró en unos 19 millones de dólares no vale nada…, si lo comparamos con el gran tesoro que esconden los océanos. Y no me refiero a otros galeones hundidos cargados de monedas de reyes españoles, sino a la vida de los mares que compone el núcleo del clico vital del planeta y cuyo valor es inestimable. En homenaje al Día Internacional de los Océanos, del pasado 8 de junio, escribo para dar tributo a esa gran masa de agua sobre la cual se sustenta nuestra vida.

 

Alrededor del 97% de la hidrosfera es el océano. Es justamente esta gran proporción la que nos despista, nos hace pensar que los mares son tan grandes que no importa lo que hagamos con ellos. Eso pudo ser verdad hace miles de años, pero en los últimos cincuenta, nos hemos comido millones de toneladas de vida marina y más del 90 % de los peces grandes del mar. Los pesqueros de arrastre industrial raspan el mar como máquinas excavadoras, tomando todo lo que encuentran en su camino. Vaciamos toneladas de plásticos en el mar, formando un nuevo continente que vaga por aguas del Pacífico. Y por si no fuera poco, según un estudio reciente, las emisiones de CO2 provocadas por el hombre están alterando el Ph de los mares y océanos, elevando su acidez. Esto es una mala noticia para el plancton productor de oxigeno y por ende para nosotros.

 

¿Y por qué nos debería importar que cerca de la mitad de los bancos de coral hayan desaparecido, o que haya una misteriosa baja del oxígeno en el Pacífico? Pues, porque esto también tiene que ver con nosotros. Con cada gota de agua que bebemos, y cada vez que respiramos, estamos conectados con el mar, no importa en dónde vivamos, ya sea en Salamanca o en Hawái. Según la investigación de un biólogo español, “si matamos el mar, la temperatura de Madrid subiría 36 grados”. Dependemos directamente del mar, incluso aún más de lo que pensamos.

 

Si no hay océano, no hay sistema que sustente la vida. Sabemos desde el colegio, que la mayor parte del oxígeno producido en la atmósfera se genera en el mar y la mayoría del carbono orgánico del planeta es absorbido y guardado allí, principalmente por los microorganismos. Además, el océano dirige el clima, regula las temperaturas, determina la química de la Tierra y genera las lluvias. El agua del mar forma las nubes que descargan en la tierra en forma de lluvia; es el ciclo del agua. Si no hay agua, no hay vida. Si no hay azul, no hay verde.

 

¿Y qué podemos hacer? Pues empezar a interesarnos por este tema. Primero tenemos que saber para después aumentar nuestro interés y las ganas de hacer algo. ¿Cómo podemos saber? Hoy tenemos un nuevo instrumento al alcance de todos. No es necesario desplazarse ni pagar nada. Ocean de Google Earth nos permite, desde hace algún tiempo, explorar desde casa los océanos, observar el fondo marino que rodea a las Islas Hawaianas o nadar en el mar al lado de las ballenas jorobadas, por ejemplo. Podemos ver también las fosas profundas, las montañas submarinas y entender un poco mejor la vida del mar profundo. ¿Y por qué no visitar algún acuario durante las próximas vacaciones? ¡Ah!, y sin ánimo de sermonear, la próxima vez que cenes sushi, sashimi o cóctel de camarón, piensa en el coste real que comes, que es sin duda mucho mayor que el precio que pagas. Por cada kilo que se vende en el mercado, diez son arrogados al mar como desperdicio.

 

La buena noticia es que todavía queda un diez por ciento de los peces grandes, algunas ballenas azules, algo de Krill en el Antártico y algunas ostras en la Bahia Chesapeake. La otra mitad de los bancos de coral están todavía sanos, formando un precioso cinturón de joyas alrededor del mundo. Todavía hay tiempo, pero no mucho, para darle la vuelta a las cosas. Porque, nada más importará si fallamos en proteger el océano, el corazón azul del planeta. Nosotros decidimos cuanto queremos conservarlo. Nuestra suerte y la del océano son una. Por los niños de hoy, por los del mañana, ahora es el momento.