Hace cuarenta años que existe Castilla y León como organización administrativa autonómica y seguimos igual, aquí no hay sentimiento de comunidad. Todos los gobiernos que han pasado por la Junta lo han intentando desde la década de los ochenta. No hay manera. La identidad provincial se arraiga cada día más en esta meseta norte porque se mantiene, incluso aumenta, el recelo hacia el vecino, y también porque hay quienes interesadamente generan desconfianza hacia los de al lado.
La concepción política del enorme territorio autonómico de Castilla y León se atribuye al leonés Rodolfo Martín Villa, joven ministro con Franco, hábil dirigente político y directivo empresarial de éxito en la transición democrática. Aunque él lo niega, dicen que quería ser presidente de esta comunidad autónoma, algo que jamás ocurrió porque se retiró cuando las encuestas no le eran favorables como cabeza de lista del desaparecido Partido Demócrata Popular. ¿De aquellos polvos, estos lodos? Es algo más complejo; que se lo pregunten a los segovianos, que votaron mayoritariamente contra su integración en esta Comunidad.
Todas las provincias de Castilla y León, a excepción de Valladolid, lindan con otros territorios, con otras comunidades autónomas, con las que se han construido lazos económicos, sociológicos y culturales durante siglos, a veces milenios. Mientras Soria mira hacia Zaragoza, Burgos al País Vasco, León a Asturias o Segovia a Madrid -por no citar a las nueve provincias-, hay un montón de gentes de esta autonomía que culpan a Valladolid de todos los males habidos y por haber, de los reales y de los inventados. El argumento esgrimido suele ser el manido centralismo. Aunque estoy en el bando de los que piensan que la mayoría de los ciudadanos, simplemente, pasa de rencillas de pueblo o de historias políticas y va a lo suyo.
Este año la Junta decidió diversificar la fiesta de la Comunidad y, por ejemplo, organizó eventos el 23 de abril en León. Poca cosa, una carrera a favor de la ELA, la actuación de un juglar y algunas otras actividades culturales e infantiles. Suficiente gasolina para el leonesismo político, al que le faltó tiempo para organizar su particular parodia con la quema de un castillo, llenando posteriormente de banderas y silbatos el lugar elegido para la celebración y consiguiendo detener los actos durante unas horas, con el correspondiente eco mediático.
El presunto agravio fue aprovechado por los leonesistas para inflamar un poco más el sentimiento anti comunidad autónoma, anti Villalar. Visto lo visto, algún dirigente de la Junta de Castilla y León ha errado el tiro. Buenas intenciones y pésimos resultados. Era de esperar. Ya en 1989 el entonces gobierno regional presidido por José María Aznar también organizó actos oficiales el 23 de abril en Zamora, en un intento de compartir con otras provincias la festividad. Fue un fracaso que algunos han olvidado, según parece.
Tampoco Villalar ha cuajado como reclamo masivo de castellanos y leoneses de las nueve provincias, aunque hay cierta representación de todas ellas. Es un éxito a nivel de público, aunque la mayoría de los asistentes son vallisoletanos de nacimiento o de residencia. Es conveniente recordar que la fiesta de Villalar fue inicialmente un evento reivindicativo de la izquierda política en el posfranquismo, que después asumió la derecha en los distintos gobiernos de la Junta de Castilla y León.
Dudo mucho que todo esto cambie a corto o medio plazo. Cierto es que cada vez conozco a más gente joven que obvia este tipo de trifulcas provincianas, quizá porque salen más de su habitual entorno ¿cerrado? a estudiar o/y trabajar a otros rincones del territorio nacional o internacional. Muchos de ellos emigran porque aquí no encuentran las oportunidades de vida que buscan y, por supuesto, se merecen.
A nadie se puede obligar a sentir lo que no siente. No es sólo la provincia de León, cualquiera que haya compartido vida en otros lugares de esta comunidad autónoma lo sabe.