La ley es la ley, nos guste o no hay que aceptarla y cumplir con ella. Podemos intentar cambiarla, si es que podemos, cuando no nos satisface. Lo digo porque no me convence nada en absoluto el sistema electoral que aprobamos los españoles con la Constitución de 1978. Menos aún cuando vivo en lo que se ha denominado la España vaciada.
Desde hace años vengo defendiendo el sistema electoral a doble vuelta. Considero que es más justo con la mayoría por el principio básico de 'un ciudadano, un voto'. A la primera se presenta todo el que pueda conseguir los avales requeridos por la norma que se establezca. A la segunda, sólo los dos candidatos más votados, salvo que en la primera uno de ellos consiga más del cincuenta por ciento de las papeletas. Y así, como dice el proverbio, 'el que más chifle, capador'. Contará con una mayoría suficiente que evite subastas públicas de privilegios como la que estamos presenciando ante la elección del nuevo presidente del Gobierno.
Con el actual sistema, por ejemplo, si trescientos mil votos se concentran en una o dos provincias, pueden tener más peso en el Congreso de los Diputados que un millón de votos repartidos entre todas las existentes. Le ocurrió, por ejemplo, durante unas cuantas convocatorias electorales a Izquierda Unida. El procedimiento de recuento de votos beneficia -descaradamente- a los partidos independentistas. Y, por lo tanto, el resto de los ciudadanos, la inmensa mayoría, estamos en sus manos. Si estuviera empadronado en Cataluña o el País Vasco, a lo peor opinaba de otro modo...
Con el sistema electoral a doble vuelta no estaríamos asistiendo al paripé que tiene lugar estos días en el Congreso de los Diputados. La puja de prebendas por votos es chusca, penosa e injusta. Lo que está ocurriendo no es nuevo, ha venido sucendiendo cada vez que no ha habido mayorías absolutas en este país. Sin embargo, esta vez se están superando todos los registros históricos del trapicheo político, quizá porque el presidente en funciones, Pedro Sánchez, tiene menos reparos que sus predecesores. Sólo hay que escuchar al ex presidente socialista Felipe González.
La fallida investidura de Alberto Núñez Feijóo, la incomparecencia de Sánchez entre los oradores, la pseudo estratégica intervención del rehabilitado Óscar Puente, la sombra de las palabras amnistía y referéndum, la visceralidad, la intolerancia, las expresiones gruesas, fuera de tono, la ausencia de talante y talento, de portavoces con cierto nivel intelectual, etc. configuran un triste panorama político para este país. Es lo que tenemos, es lo que hemos votado, es lo que consentimos los ciudadanos porque bastante tenemos con resolver nuestros problemas cotidianos.
Resulta paradójico -o no- que el país funciona igual con un Gobierno provisional que con uno a pleno rendimiento. ¿Por qué será? Mientas la gente de a pie trabaja a diario para salir adelante, resolviendo sus múltiples contratiempos, abundan los profesionales de la política, personajes sin apenas experiencia laboral real ocupando poltrona y pisando moqueta, haciendo contorsionismo ideológico porque todo vale para mantenerse en la cresta de la ola. Ande yo caliente...
El probable próximo presidente del Gobierno no se presentó a las elecciones proponiendo la amnistía o el referéndum que le pueden mantener en La Moncloa, pero las reglas del juego le permiten hacerlo. Es lícito, aunque más que dudosamente moral. El asunto acabará en los tribunales (al tiempo). Pedro Sánchez se ha vuelto a superar. Lo que decía del fugado Puigdemont y lo que dice ahora. Lo que opinaba Óscar Puente sobre el susodicho y lo que opina hoy. Ver para creer.
Y nadie va ha cambiar la ley electoral. No hay... mientras vamos camino de ensanchar la distancia y la insolidaridad entre los terruños de primera y de segunda categoría. España es diferente, ahora sí.