Los fracasos y los errores son parte del crecimiento natural de una persona, son parte de nuestras vidas. Todos lo hacemos, pero la actitud que tenemos hacia ellos separa a las personas exitosas de las personas fracasadas. Y podemos ir más allá hasta afirmar que no existen de verdad personas fracasadas, sino personas que aún no han aprendido cómo ganar.
Las personas que se detienen ante los fracasos ven sus errores desde una perspectiva personal. Asumen más responsabilidad de la que les corresponde porque ellos no ven las oportunidades, sino si son buenos o malos según los resultados, y los resultados no definen el potencial de una persona, no la de una paralizada por el temor de cometer un error. Por eso es que quien no se ve detenido ante el miedo y el error lo ve todo desde la perspectiva del proceso.
El progreso depende de dos factores: una persona dispuesta a fallar y un objetivo por el que valga la pena fallar. Si decimos tal cosa como: "Está bien, algo he hecho mal y no quiero volver a repetirlo", nos estamos asegurando de que las oportunidades no sean las que marquen el camino, porque de lo contrario diríamos algo como "cometeré tantos errores como sean necesarios hasta que aprenda". Ninguno debemos mirar el fracaso desde una prespectiva personal, como si lo que está mal estuviese dentro de nosotros. Nosotros no somos el error, y no tenemos que culparnos por ello.
Quizás el veneno más pernicioso del fracaso es acumular tanta responsabilidad por él, que lo juntamos hasta decirnos que nada de lo que hagamos saldrá como queremos porque esta vez los fracasados somos nosotros. Esta clase de afirmaciones lapidan todo intento de mejora y no nos dejan vivir desde las alturas, donde el mundo se ve de cerca y lleno de color, y no desde abajo donde hasta lo más insignificante se nos queda grande. El mundo no es ni grande ni pequeño, es como seamos nostros ante él, y vernos como derrotados puede complicar mucho las cosas.
Centrarse en las posibilidades, ver lo que uno es y no juzgarse mientras se mejora permite que se abran las puertas hacia mejores relaciones, que seamos más eficientes en el trabajo, más atentos en la familia, más cálidos hacia quienes aún no han visto de lo que son capaces, ¿entiendes la implicación que requiere sacudirse el polvo cada vez que caemos?
En el camino hacia lo que algunos llaman fortalezas lidiaremos con debilidades que sabemos que tenemos pero que no mostramos, y la pregunta es: ¿vamos a pasarnos la vida durmiendo, evitando los fracasos a toda costa, o vamos a despertar y entender que es el precio que hay que pagar para conseguir el éxito? Quienes entienden esto están felices de darse contra un muro, porque es frenarse en seco o aprender a pasar por encima de él.
Y no se puede evitar. No se puede evitar tener un mal día, no se puede evitar estar cansado, no se puede evitar que haya personas que se quieran alejar de nuestro lado. Y nada de esto importa. Ahora dime, ¿vas a esperar a que te recojan del suelo, o vas a levantarte una vez más? Este dicho puede ayudarnos: "Los campeones no se convierten en campeones en el ring, solamente se les reconoce allí".
Es duro sobreponerse a muchos golpes de la vida, cuando rendirse parece la única opción. Quizás lo más doloroso no sea caer, sino ver que no se hace nada para volver a subir, que uno se ha rendido ante sí mismo. Pero es que esto tiene también la otra cara de la moneda, la de no mirar abajo, la de querer verse triunfar más que respirar, la de entregarle el ejemplo a un mundo que no nos pide nada, pero al que le debemos la oportunidad de vivir para demostrar lo fuertes que podemos ser.