La forma más sencilla de que todo a nuestro alrededor cambie, es que nosotros lo hagamos también. Hablar de superación personal no significa alcanzar el éxito económico o social, es superarse en aquellas facetas que hacen que no estemos al nivel que podemos estar.
Los libros, la televisión y las redes sociales están llenos de supuestos gurús que afirman saber lo que se necesita para tener lo que ellos tienen, o al menos aseguran tener, que no es otra cosa que pertenencias materiales. Al margen de la certidumbre que pueda haber detrás de todo esto, sin el objetivo prioritario de hacer de nosotros algo más grande de lo que somos, sin importar lo que tengamos, no llegaremos más que a experimentar dolor. El ser humano no está condicionado más allá que para buscar su propio sentido interior, y no hay nada en el exterior que pueda calmar a una alma hambrienta de poder interior.
La culturización hace de nosotros personas que a veces deambulan en busca de aperitivos sociales que sacien el hambre ajeno. Tanto creemos que vale lo nuestro para otros tanto creemos que valemos nosotros. Tan pronto acaba el juego uno se da cuenta de que no hay premio. Ahí es donde empezamos la búsqueda de algo más grande, ese objetivo que solo se centra en hacer de nuestra vida una historia capaz de emocionarnos sin necesidad de espectadores.
¿Cómo se llega a sentir que ya es hora de buscar dicho objetivo? Cuando lo que te atrae comienza por algo tuyo que, sin presiones sociales, hacen que sientas orgullo de quererlo y tenerlo en tu vida. Así es como nacen los grandes talentos, trabajando en privado para desarrollarse de formas que no serían posibles bajo los focos. Benjamin Disraelí dijo: "La salud de las personas es el verdadero fundamento en que descansa toda su felicidad y todo su poder". La salud psicológica de cualquiera de nosotros pasa por usar los objetivos de crecimiento personal como combustible hacia la excelencia. Si una persona no crece a través de sí misma, y lo hace por condicionamientos externos a ella, enfermará de una u otra forma con el mismo resultado: una autoestima pobre y dependiente.
Todos los retos del diario vivir de cada uno van unidos a la transformación. Saber que no disponemos de la habilidad para conseguir algo hace que nos enfrentemos antes con nuestras capacidades que con la dificultad del objetivo en concreto. Nos tomamos entonces como agentes de cambio inyectados en una especie de motivación sana, intencional y auténtica. De la autenticidad hablaremos en siguientes artículos porque es un tema realmente atractivo y mal entendido. Ahora la pregunta que surge es: si yo doy todo de mí y no consigo lo que estaba persiguiendo, ¿he fracasado como persona o como agente social? Como persona uno solo puede fracasar cuando nos damos a nosotros mismos ese veredicto, porque nadie más puede juzgarnos como tal. Como agentes sociales estamos expuestos a la opinión ajena y si hemos dejado que nuestra autoestima se construya de esta forma, lo que llamamos "heteroestima", seremos tan fuertes y tan débiles como nos hagan creer.
No se necesita mucho sentido común para entender que la excelencia individual solo se alcanza cuando es el individuo el que se juzga así mismo con precisión, sin maquillajes, y se prepara para una transformación que en todo caso y lejos de una tortura supondrá un reto. Es la única forma de brillar, de darle al mundo lo que somos hasta la última gota de talento que tengamos en pos de tratar que otros hagan consigo mismos el mismo trabajo de refuerzo.
¿Qué es lo que se quiere?, ¿qué impide que lo alcancemos?, ¿somos nosotros o hay algo más que nos mantiene parados los pies? La intencionalidad mata cualquier síntoma de extenuación, agobio o desaliento. La intencionalidad con nuestra forma particular de ver las cosas. Porque es nuestro mundo el que se construye asumiendo dos tipos de dolor: el de la disciplina y el del arrepentimiento.
La pregunta es: ¿por qué más personas parecen arrepentirse de las que tienden a disciplinarse? Porque la disciplina requiere un objetivo y trabajo duro para llegar hasta él. Para arrepentirse basta con dejar pasar el tiempo sin hacer nada, ni por uno mismo ni por los demás.