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Por Emilio Rodríguez García

El testamento digital


Vivimos en una era en la que lo digital permea casi cada aspecto de nuestras vidas. Desde las redes sociales, correos electrónicos, servicios bancarios, hasta las fotos y videos que almacenamos en la nube, hemos dejado una huella digital inmensa que, en muchos casos, contiene más información sobre nosotros que cualquier registro físico. Pero, ¿qué sucede con toda esa información cuando morimos? ¿Quién la hereda, cómo se gestiona, y qué derechos tenemos sobre ese legado intangible?

Uno de los grandes vacíos legales de la era digital es el destino de nuestros datos personales tras nuestra muerte. Aunque muchos de nosotros tenemos bien definidas nuestras voluntades sobre lo que debe suceder con nuestros bienes materiales, no siempre ocurre lo mismo con nuestras cuentas en línea o el perfil digital que hemos desarrollado durante muchos años;  el mío es Emilio Rodríguez García, donde he invertido ingentes cantidades de tiempo, esfuerzo, sudor y lágrimas, así como en proyectos como mi newsletter SEO o este mismo espacio de opinión. ¿Qué pasará con estos desarrollos y contenidos cuando ya no esté?, ¿habrá alguien legitimado para poder darles continuidad si así lo quiere?

Facebook, Google, y otras grandes plataformas han desarrollado políticas al respecto, permitiendo que los familiares cierren cuentas o incluso las "conviertan en memoriales", pero ¿qué pasa con nuestras cuentas de correo electrónico, nuestras carteras de criptomonedas, proyectos personales o los archivos almacenados en la nube? En muchos casos, los acceso a estas plataformas no prevén la muerte de los usuarios.

Este vacío no es meramente práctico. La cuestión sobre el testamento digital tiene profundas implicaciones éticas y emocionales. En muchos casos, los familiares se enfrentan a la disyuntiva de qué hacer con las fotos, conversaciones y otros rastros digitales que dejó el fallecido. Por un lado, puede haber un deseo de preservación de esos recuerdos. Por otro, también surge la necesidad de proteger la privacidad del fallecido, especialmente en lo que respecta a comunicaciones privadas que quizás nunca fueron destinadas a ver la luz pública. La curiosidad mató al gato.

No basta con dejar las claves escritas en un papel, porque el acceso no autorizado puede violar los términos de servicio de muchas plataformas. Es necesario un enfoque formal, un testamento digital, en el que se deje claro qué hacer con estos bienes intangibles pero que siguen valiendo dinero.

La necesidad de plantear un testamento digital es una llamada a la reflexión. Nos recuerda que nuestra vida digital es tan valiosa como nuestra vida fuera de ella, y que debería ser tratada con la misma seriedad. Planificar la herencia de nuestros datos y cuentas es una forma de asegurarnos que nuestros seres queridos no solo se libren del dolor burocrático que implica la muerte en la era digital, sino que también respeten nuestra voluntad, tanto en términos de lo que queremos preservar como en lo que preferimos dejar en el olvido.

De momento, queda en manos de cada uno de nosotros decidir cómo queremos que sea nuestro testamento digital y actuar en consecuencia para asegurarnos de que, cuando llegue el momento, nuestros datos sean tratados con el respeto y la consideración que merecen. No lo dejéis para el final, que luego puede ser demasiado tarde.